domingo, marzo 20, 2005

Un Duende a Rayas

Al cabo de un rato de marcha, llegó a un bosque de árboles enormes. -¿Qué sois? -Somos abetos. -Yo me llamo Rayas y soy un duende. -Eres un duende muy pequeño. -Sí, soy un duende muy pequeño. Rayas sacó su cuaderno de apuntar cosas y se sentó en el suelo. Escribió lo que acababa de aprender para que no se le olvidara. Y, al terminar, vio allí, junto a él, tres hormigas que acarreaban un granito de avena. -¡Eh, cuidado! ¡No te muevas, que puedes aplastarnos! -Perdón, no os había visto, ¡sois tan pequeñas! -¡No somos pequeñas, somos hormigas! Lo que ocurre es que tú eres un gigantón... -Sí, claro, lo siento -se disculpó Rayas, y escribió otro poco en su cuaderno. Luego siguió andando y llegó a un río. Era muy ancho y no había un puente para cruzarlo; así que se detuvo un rato junto a la corriente pensando cómo se las iba a ingeniar para pasar al otro lado. El río le habló: -Yo no me detengo nunca. ¿No te da vergüenza estar ahí parado tanto rato sin hacer nada? Me pareces un perezoso. -Pues... es que estaba pensando -explicó Rayas, y para hacer algo, sacó su cuaderno y apuntó. Después se pudo a recorrer el curso del río corriente arriba. No encontró un puente, así qe empezó a remover piedras bien grandes y las echó en el río, una tras otra, hasta que construyó un paso. Estaba sudando y jadeaba cuando terminó. -Eres muy trabajador -comentó una grulla que estaba metida en el agua y se sostenía con una sola pata, mientras se tragaba todas las ranas que se ponían a su alcance. Rayas escuchó a la grulla con mucha atención y tomó buena nota de lo que le había dicho. Cruzó la corriente del río y anduvo por el senderillo que ascendía por la ladera de una colina. -¿A dónde vas tan deprisa? - le preguntó una voz. -¿Quién eres? -Soy un caracol. -Yo soy Rayas, un duende. -Eres un duende muy veloz. -¡Caramba, no lo sabía! -Te lo digo yo que soy un viejo caracol sabio. -Muchas gracias. Rayas siguió andando a buen paso hasta que llegó a la cima de la colina. Un relámpago negro cruzó por su lado. El milano se había lanzado en picado para atrapar un conejo. -¿Quién eres? - preguntó el milano a punto de remontarse a los aires con el conejo entre las garras. -Soy Rayas, el duende. -Eres la criatura más lenta que he visto en mi vida. Te he estado observando desde allá arriba. Has tardado cien eternidades en trepar hasta aquí. Hubiera podido atraparte mil veces, si hubiera querido, pero no sé si eres comestible. Nunca he probado duendes. -Pues yo... yo creo que no... no debo de ser muy... muy bueno para milanos, la... la verdad -tartamudeó Rayas, y se apresuró a refugiarse entre los matorrales más próximos. Estaba cansado después de la ascensión a la colina y había terminado de dejarle sin aliento el susto que el milano acababa de darle. Así que se sentó en el suelo y se recostó contra un matorral de retama. La retama cedió y Rayas se cayó de espaldas. -¡Eres muy pesado! -se quejó la retama. Cobijado en el matorral de retama estaba durmiendo la siesta un erizo. Rayas se pinchó en la espalda con sus púas, dio un respingo y salió disparado hacia adelante. El erizo se maravilló: -¡Cáscaras! ¡Qué ligero eres! Rayas se acarició la parte dañada y fue a sentarse un poco más allá. sobre un lugar tapizado de suave musgo. Estaba serio y pensativo, que es como generalmente está casi todo aquel que se acaba de sentar sobre un erizo y que sabe, además, que ha hecho bastante el ridículo delante de testigos. -Es un duende muy aburrido -criticaron dos abubillas en lo alto de una rama. Rayas se sintió ofendido por el comentario; así que agarró una nuez que había en el suelo y se la tiró a las abubillas. Como estaba muy enfadado y había tirado casi sin fijarse, le falló la puntería. La nuez no dio a las abubillas, sino que rebotó en la rama en que estaban posadas. Las aves escaparon dadno aletazos indignados. La nuez, después de chocar contra la rama, volvió de rebote hacia Rayas y le pegó un buen golpe en la frente. -¡Eres muy divertido! ¡Qué bien lo has hecho! ¡¡¡Hazlo otra vez, por favor!!! -aclamaron las ardillas que correteaban por las ramas del árbol. Rayas sintió qu ela vergüenza y la rabia se le subían a la cabeza: le ardían las mejillas y le parecía sentid que le chisporroteaban las puntas de las orejas. Miró con ojos de fuego a las ardillas, pero las vio danzar en tales cabriolas locas y hacerle gestos tan disparatadamente divertidos que, a pesar de lo que le escocía el amor propio, acabó riéndose con ellas. Luego sacó su cuaderno y apuntó. Y, antes de que le hubiera dado tiempo a guardar el lápiz, una culebra asomó la cabeza entre dos piedras: -¡Essssssstásss gordíssssssimo...! -silbó. -Sí, sí... tienes razón -se apresuró a contestar Rayas, que sabía que con ciertas gentes es mejor no entrar en tratos y mantenerse siempre a una prudente distancia. Y se marchó a través del prado. Las vacas le vieron pasar cerca de ellas, y sin dejar de masticar hierba, hablaron entre ellas: -¡Qué pobre ser más flacucho! ¿No es cierto que nos abochornaría tener en la familia alguien con ese aspecto? Rayas empezaba a estar bastante confundido. Se tumbó sobre la hierba del prado para pensar con tranquilidad. [...]

4 comentarios:

  1. Este es un fragmento de mi libro favorito de cuando era niña... ¡qué tiempos aquellos! Muchos recuerdos, sí; muchos recuerdos.

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  2. ¡¡¡Adoro ese libro!!! ¿Sabes que lo sigo conservando? Era de mis favoritos de pequeña ;)

    Gracias por traerlo a mi memoria...

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  3. que simpatico libro

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  4. Anónimo11:00 p. m.

    encuentro que este libro es demasiado CHANTTA :P

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