martes, marzo 29, 2005

Omar Jayyam [S.XI]

'Que amantes y borrachos
irán a los infiernos
no puede ser verdad,
creerlo es imposible.
Si van a los infiernos
amantes y borrachos,
quedará el Paraíso
desierto y despoblado'

lunes, marzo 28, 2005

La Burocracia [El Banquito]

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito un soldado hacía guardia. La guardia se hacía porque se hacía, noche y días, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre se había hecho, por algo sería. Y así siguió hasta que alguien, no se qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriedçra sentarse sobre la pintura fresca.
Eduardo Galeano

miércoles, marzo 23, 2005

Carta del Jefe Seattle

Este documento se escribió hace más de cien años, concretamente en 1855. Su autor es Seatle, jefe de la tribu de los Dwamish, que entonces ocupaban los territorios que hoy forman el estado norteamericano de Washington. Esta carta estaba dirigida al entonces presidente de los USA, Franklin Pierce, y era la respuesta a la oferta de su gobierno de adquirir las tierras de los Dwamish. El gran caudillo de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El gran caudillo nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta cortesía, pues conocemos la poca necesidad que tiene de nuestra amistad. Queremos considerar la oferta, pues sabemos que, si no lo hacemos, pueden venir los hombres de piel blanca para quitarnos las tierras con armas de fuego. Que el gran caudillo de Whasington confie en la palabra del jefe Seatle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras. ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, o el calor de la tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros la frescura del aire, ni la transparencia del agua. ¿Cómo podrían ser comprados? Lo decidiremos más tarde. Habríais de saber que mi pueblo tiene por sagrado cada pedazo de esta tierra. La hoja brillante, la playa arenosa, la niebla en la oscuridad del bosque; el claro en mitad de la arboleda y el insecto zumbante, son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. la sabia que sube por los árboles trae remenbranza del hombre de piel roja. Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra cuando emprenden su viaje entre las estrellas. Nuestros muertos nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo de esta tierra, estamos hechos con una parte de ella. La flor perfumada; el ciervo, el caballo, el águila majestuosa; todos son nuestros hermanos. Las rocas de las montañas, el jugo de la hierba fresca, el calor corporal del potro; todo pertenece a nuestra familia. Por eso, cuando el gran caudillo de Washington nos dice que nos quiere comprar las tierras... es demasiado lo que nos pide. El gran caudillo quiere darnos un lugar para que vivamos todos juntos. Él nos hará de padre y nosotros seremos sus hijos. Hemos de meditar sus palabras. No es fácil, pues las tierras son sagradas. El agua que salpica de nuestros ríos y marismas no es solamente agua, es la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiésemos estas tierras, habríais de recordar que son sagradas, y tendríais de enseñar a vuestros hijos que lo son y que los reflejos misteriosos de las aguas claras de los lagos narran los acontecimientos de la vida de mi pueblo. El rumor sordo del agua es la voz de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos, porque nos liberan de la sed. Los ríos arrastran nuestras canoas y acunan a nuestros hijos. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son hermanos nuestros... y también vuestros. Tendríais que tratar a los ríos con buen corazón. Demasiado bien sabemos que el hombre de piel blanca no puede entender nuestra forma de ser. Tanto le hace un trozo de tierra que otro, porque como es un extraño que llega de noche a robar de la tierra lo que necesita. No ve a la tierra como una hermana, sino más bien como una enemiga. Cuando la ha hecho suya, la desprecia y sigue adelante. Deja tras él las sepulturas de sus padres y no parece lamentarlo. No lamenta despojar a la tierra de sus hijos. Olvida la tumba de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a la madre tierra y al hermano cielo como si fuesen cosas que se compran y se venden; como si fuesen ganado o baratijas. Su hambre insaciable devorará la tierra, y tras él solamente dejará un desierto... No lo puedo entender. Nosotros somos de una manera de ser muy diferente. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizá sea así porque el hombre de piel roja es salvaje y no puede comprender las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre de piel blanca; ningún lugar donde se pueda escuchar en Primavera el nacer de las hojas, o el frotar de las alas de un insecto. Quizá me lo parece así porque soy salvaje y no entiendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y me pregunto: ¿qué tipo de vida tiene el hombre cuando no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza, o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la charca? Soy hombre de piel roja y no puedo entenderlo. A los indios nos deleita el ligero rumor del viento acariciando la cara de la aurora, y su olor tras la lluvia del mediodía, que trae la fragancia de los abetos. El hombre de piel roja es conocedor del valor inapreciable del aire, pues todas las cosas respiran su aliento: el animal, el árbol, el hombre. Pero parece que el hombre de piel blanca no siente el aire que respira. Igual que un hombre que lleva días agonizando y que es incapaz de sentir su fetidez. Igualmente si os vendiésemos las tierras, tendríais que tener en cuenta de qué manera amamos al aire, porque el aire es el espíritu que infunde la vida y todo lo comparte. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y mantenerlas sagradas, para que fuesenl un lugar donde incluso el hombre de piel blanca pudiera saborear el viento endulzado por las flores de la pradera. Queremos considerar vuestra oferta de comprarnos las tierras. Si decidiésemos aceptarla, tendré que poneros una condición: que el hombre de piel blanca mire los animales de esta tierra como hermanos. Soy salvaje, pero me parece que ha de ser así. He visto búfalos a miles, pudriéndose abandonados, en las praderas, el hombre de piel blanca les disparaba desde el caballo de hierro sin detenerse. Yo soy salvaje y no entiendo por qué el caballo de hierro vale más que el búfalo, pues nosotros lo valoramos mucho. ¿Qué es del hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre tendría que morir con gran soledad en el corazón. Pues todo lo que les sucede a los animales, pronto le sucede también al hombre. Todas las cosas están ligadas entre sí. Tendríais que enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan es la ceniza de sus abuelos. Respetarán la tierra si les decís que está llena de la vida de vuestros antepasados. Hay que hacer que vuestros hijso sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos. Que de cualquier mal causado a la tierra sufren sus hijos. El hombre que escupe a la tierra, se está escupiendo a sí mismo. Hay una cosa de la que estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, pues el mismo no es sino un hilo de ella. Está buscando su desgracia si osa romper esa red. El sufrimiento de la tierra se convierte a la fuerza en el sufrimiento de sus hijos. De eso estamos seguros. Todas las cosas están ligadas como la sangre de una misma familia. Incluso el hombre de piel blanca, que es amigo de Dios y se pasea con él y le habla, no podrá huir de nuestro destino común. Quizá sea verdad que somos hermanos. Ya veremos. Sabemos algo que quizá algún día descubráis vosotros: que nuestro Dios es el mismo que el vuestro. os pensais que quizá tenéis poder por encima de Él y entonces queréis tenerlo sobre todas las tierras, pero eso no puede ser. El Dios de todos los hombres se compadece tanto de los de piel blanca como roja. esta tierra es muy preciada por su Creador, y estropearla sería una gran ofensa. Los hombres de piel blanca también sucumbirán y quizá antes que el resto de las tribus. Si ensuciáis vuestra cama, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos. Pero veréis la luz cuando llegue la última hora y entenderéis que Dios os condujo a estas tierras y os permitió su dominio y la dominación del hombre de piel roja con algún propósito especial. Este destino es verdaderamente un misterio, porque no podemos comprender qué pasará cuando los caballos hayan perdido la libertad; cuando no quede ningún rincón en el bosque sin la pestilencia del hombre y cuando encima de las verdes colinas tropiece nuestra mirada, por todas partes, con la telaraña de los hilos de hierro que llevan vuestra voz. ¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Donde está el águila? Desapareció. Así se acaba la vida y empieza la supervivencia.

domingo, marzo 20, 2005


Metamorfosis

Un Duende a Rayas

Al cabo de un rato de marcha, llegó a un bosque de árboles enormes. -¿Qué sois? -Somos abetos. -Yo me llamo Rayas y soy un duende. -Eres un duende muy pequeño. -Sí, soy un duende muy pequeño. Rayas sacó su cuaderno de apuntar cosas y se sentó en el suelo. Escribió lo que acababa de aprender para que no se le olvidara. Y, al terminar, vio allí, junto a él, tres hormigas que acarreaban un granito de avena. -¡Eh, cuidado! ¡No te muevas, que puedes aplastarnos! -Perdón, no os había visto, ¡sois tan pequeñas! -¡No somos pequeñas, somos hormigas! Lo que ocurre es que tú eres un gigantón... -Sí, claro, lo siento -se disculpó Rayas, y escribió otro poco en su cuaderno. Luego siguió andando y llegó a un río. Era muy ancho y no había un puente para cruzarlo; así que se detuvo un rato junto a la corriente pensando cómo se las iba a ingeniar para pasar al otro lado. El río le habló: -Yo no me detengo nunca. ¿No te da vergüenza estar ahí parado tanto rato sin hacer nada? Me pareces un perezoso. -Pues... es que estaba pensando -explicó Rayas, y para hacer algo, sacó su cuaderno y apuntó. Después se pudo a recorrer el curso del río corriente arriba. No encontró un puente, así qe empezó a remover piedras bien grandes y las echó en el río, una tras otra, hasta que construyó un paso. Estaba sudando y jadeaba cuando terminó. -Eres muy trabajador -comentó una grulla que estaba metida en el agua y se sostenía con una sola pata, mientras se tragaba todas las ranas que se ponían a su alcance. Rayas escuchó a la grulla con mucha atención y tomó buena nota de lo que le había dicho. Cruzó la corriente del río y anduvo por el senderillo que ascendía por la ladera de una colina. -¿A dónde vas tan deprisa? - le preguntó una voz. -¿Quién eres? -Soy un caracol. -Yo soy Rayas, un duende. -Eres un duende muy veloz. -¡Caramba, no lo sabía! -Te lo digo yo que soy un viejo caracol sabio. -Muchas gracias. Rayas siguió andando a buen paso hasta que llegó a la cima de la colina. Un relámpago negro cruzó por su lado. El milano se había lanzado en picado para atrapar un conejo. -¿Quién eres? - preguntó el milano a punto de remontarse a los aires con el conejo entre las garras. -Soy Rayas, el duende. -Eres la criatura más lenta que he visto en mi vida. Te he estado observando desde allá arriba. Has tardado cien eternidades en trepar hasta aquí. Hubiera podido atraparte mil veces, si hubiera querido, pero no sé si eres comestible. Nunca he probado duendes. -Pues yo... yo creo que no... no debo de ser muy... muy bueno para milanos, la... la verdad -tartamudeó Rayas, y se apresuró a refugiarse entre los matorrales más próximos. Estaba cansado después de la ascensión a la colina y había terminado de dejarle sin aliento el susto que el milano acababa de darle. Así que se sentó en el suelo y se recostó contra un matorral de retama. La retama cedió y Rayas se cayó de espaldas. -¡Eres muy pesado! -se quejó la retama. Cobijado en el matorral de retama estaba durmiendo la siesta un erizo. Rayas se pinchó en la espalda con sus púas, dio un respingo y salió disparado hacia adelante. El erizo se maravilló: -¡Cáscaras! ¡Qué ligero eres! Rayas se acarició la parte dañada y fue a sentarse un poco más allá. sobre un lugar tapizado de suave musgo. Estaba serio y pensativo, que es como generalmente está casi todo aquel que se acaba de sentar sobre un erizo y que sabe, además, que ha hecho bastante el ridículo delante de testigos. -Es un duende muy aburrido -criticaron dos abubillas en lo alto de una rama. Rayas se sintió ofendido por el comentario; así que agarró una nuez que había en el suelo y se la tiró a las abubillas. Como estaba muy enfadado y había tirado casi sin fijarse, le falló la puntería. La nuez no dio a las abubillas, sino que rebotó en la rama en que estaban posadas. Las aves escaparon dadno aletazos indignados. La nuez, después de chocar contra la rama, volvió de rebote hacia Rayas y le pegó un buen golpe en la frente. -¡Eres muy divertido! ¡Qué bien lo has hecho! ¡¡¡Hazlo otra vez, por favor!!! -aclamaron las ardillas que correteaban por las ramas del árbol. Rayas sintió qu ela vergüenza y la rabia se le subían a la cabeza: le ardían las mejillas y le parecía sentid que le chisporroteaban las puntas de las orejas. Miró con ojos de fuego a las ardillas, pero las vio danzar en tales cabriolas locas y hacerle gestos tan disparatadamente divertidos que, a pesar de lo que le escocía el amor propio, acabó riéndose con ellas. Luego sacó su cuaderno y apuntó. Y, antes de que le hubiera dado tiempo a guardar el lápiz, una culebra asomó la cabeza entre dos piedras: -¡Essssssstásss gordíssssssimo...! -silbó. -Sí, sí... tienes razón -se apresuró a contestar Rayas, que sabía que con ciertas gentes es mejor no entrar en tratos y mantenerse siempre a una prudente distancia. Y se marchó a través del prado. Las vacas le vieron pasar cerca de ellas, y sin dejar de masticar hierba, hablaron entre ellas: -¡Qué pobre ser más flacucho! ¿No es cierto que nos abochornaría tener en la familia alguien con ese aspecto? Rayas empezaba a estar bastante confundido. Se tumbó sobre la hierba del prado para pensar con tranquilidad. [...]

sábado, marzo 19, 2005

Neruda

No te quiero sino porque te quiero y de quererte a no quererte llego y de esperarte cuando no te espero pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero, te odio sin fin, y odiándote te ruego, y la medida de mi amor viajero es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero, su rayo cruel, mi corazón entero, robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero y moriré de amor porque te quiero, porque te quiero, amor, a sangre y fuego.

Immanuel Kant

'Dos cosas llenan el ánimo de admiración y veneración siempre nuevas y crecientes, cuanto con mayor frecuencia y aplicación reflexionamos en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. No necesito buscarlas ni conjeturarlas como si estuvieran envueltas en tinieblas o se encontraran en una región trascendente fuera de mi horizonte; las veo delante de mí y las conecto inmediatamente con la conciencia de mi existencia. La primera comienza en el lugar que ocupo en el mundo sensible externo y extiende la conexión en que me encuentro con una inmensidad de mundos sobre mundos y de sistemas de sistemas, en los tiempos ilimitados de su movimiento periódico y de su comienzo y duración. La segunda comienza en mi yo invisible, en mi personalidad, y me representa en un mundo que tiene la verdadera infinitud, pero que sólo el entendimiento puede penetrar y con el cual (y por lo tanto también con todos esos mundos visibles) me reconozco en una conexión no simplemente accidental, como en aquél, sino universal y necesaria. El primer espectáculo de una cantidad incontable de mundos, anula totalmente mi importancia como criatura animal que tiene que restituir al planeta (un simple punto en el universo) la materia de la que se formó, después de haber estado provista por breve tiempo (no se sabe cómo) de la fuerza vital. El segundo espectáculo, en cambio, eleva infinitamente mi valor como inteligencia, mediante mi personalidad en la cual la ley moral me manifiesta una vida independiente de la animalidad e incluso de todo el mundo sensible, al menos en cuanto se puede inferir de la determinación conforme a un fin que esa ley da a mi existencia y que no se restringe a las condiciones y los límites de esta vida, sino que va a lo infinito'.
Crítica de la Razón Práctica

viernes, marzo 18, 2005

Giordano Bruno

'El acto,
por serlo todo,
precisa que no sea cosa alguna'
Mundo, Magia y Memoria

miércoles, marzo 16, 2005

Wittgenstein

1. El mundo es todo lo que acaece.
7. De lo que no se puede hablar mejor es callarse.
Tractatus Logico-Philosophicus

martes, marzo 15, 2005

El Devorador Devorado

El pulpo tiene los ojos del pescador que lo atraviesa.
Es de tierra el hombre que será comido por la tierra que le da de comer.
Come el hijo a la madre
y la tierra come al cielo
cada vez que recibe la lluvia de sus pechos.
La flor se cierra,
glotona,
sobre el pico del pájaro hambriento de sus mieles.
No hay esperado que no sea esperador
ni amante que no sea boca y bocado,
devorador devorado:
los amantes se comen entre sí de cabo a rabo,
de punta a punta,
todos toditos, todopoderosos, todoposeídos,
sin que quede sobrando la punta de una oreja ni un dedo del pie.
Eduardo Galeano

miércoles, marzo 09, 2005

Teología

Fe de erratas: donde el Antiguo Testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá nos ha confesado su principal protagonista: -Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender. Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo... bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases como 'hágase la luz', pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica. Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del Paraíso. Adán había pu esto cara de general que viee de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho; pero yo no sabía que el barro podía ser luminoso. Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. El homenaje al principio de autoridad, me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho súbitamente sabios en pasiones humanas. Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié pradera de fiesta, entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor es la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron que yo les estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron. Últimamente ando con problemas de insomnio. Desde hace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la lengua, pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte; del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los suelos... Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quién jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quien desear. Estoy condenado a desearme a mí mismo. De estrella en estrella ango vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda la eternidad.
Eduardo Galeano
'El Libro de los Abrazos'

viernes, marzo 04, 2005

El Mundo

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. - El mundo es eso - reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
El Libro de los Abrazos

jueves, marzo 03, 2005

El Loco

'Y encontré libertad y seguridad en mi locura;
la libertad de la soledad
y la seguridad de estar a salvo de ser comprendido,
pues quienes nos comprenden
esclavizan algo en nosotros'
Khalil Gibran

miércoles, marzo 02, 2005

Celebración de las Bodas de la Razón y el Corazón

¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante para definir al lenguaje que dice la verdad.

Vestiduras

Cierto día Belleza y Fealdad se encontraron a orillas del mar. Y se dijeron: -Bañémonos en el mar. Entonces, se desvistieron y nadaron en las aguas. Instantes más tarde Fealdad regresó a la costa y se vistió con las ropas de Belleza, y luego partió. Belleza también salió del mar, pero no halló sus vestiduras; y era demasiado tímida para quedarse desnuda, así que se vistió con las ropas de Fealdad. Y Belleza también siguió su camino. Y hasta hoy día hombres y mujeres confunden una con la otra. Sin embargo, algunos hay que contemplan el rostro de Belleza y saben que no lleva sus vestiduras. Y algunos otros que conocen el rostro de Fealdad, y sus ropas, no lo ocultan a sus ojos.
Khalil Gibran

martes, marzo 01, 2005

Noticias

Los monos confunden al gato Féliz con Tarzán, Popeye devora sus latas infalibles, Berta Singerman gime versos en el Teatro Solís, la gran tijera de Geniol corta los resfríos, de un momento al otro Mussolini va a invadir Etiopía, se concentra la flota británica en el canal de Suez. Página tras página, día tras día, el año 1935 va desfilando a los ojos del Pepe Barrientos, en la Biblioteca Nacional. El Pepe está buscando no sé qué dato en la colección del diario Uruguay, el estreno de un tango o el bautismo de una calle o algo así, y todo el tiempo siente que ésta no es la primera vez, siente que ya ha visto lo que ahora está viendo, que ya ha pasado por aquí, antes ha pasado por aquí, por estas páginas, el cine Ariel estrena una de Ginger Rogers, en el Artigas baila y canta la pequeña Shirley Temple, una franela mojada en Untisal cura el dolor de la garganta, arde un navío a ciento cincuenta millas de estas costas de Montevideo, una bailarina de dudosa reputación amanece asesinada, Mussolini pronuncia su ultimátum. ¡Guerra! ¡Ya viene la guerra!, clama un título enorme. Sí, el Pepe lo ha visto. Si, sí: esa foto, el arquero en plena paloma atravesando la página, el pelotazo del vasco Cea doblándole las manos, esas letras: quizás en la infancia, piensa. Se sorprende de tan largo viaje de la memoria: en 1935, hace más de medio siglo, él tenía seis años. Y entonces, de pronto, el miedo lo toca, las uñas heladas del miedo le rozan la nuca, y él tiene la certeza de que debe irse, y tiene la certeza de que va a quedarse. Así que sigue. Podría cambiar de diario, o de año, o simplemente podría echarse a caminar hacia la puerta de salida, pero sigue. El Pepe sigue, llamado, no puede irse, no puede detenerse, y gana Peñarol, con Gestido de gran figura, y ya se ha firmado la paz entre Paraguay y Bolivia pero no termina de resolverse el problema de los prisioneros, y una tormenta hunde barcos en el canal de la Mancha, y cae el asesino de la bailarina, que resultó ser su amante y que llevaba ocho centésimos en el bolsillo en el momento de su detención, y el remedio de Himrod está garantizado contra el asma, y súbitamente la mano del Pepe, que acaba de volver la página, se paraliza, y una foto le golpea la cara: una foto a seis columnas, el camión volcado y reventado, la inmensa foto del camión, y alrededor del camión un enjambre de curiosos mirando al fotógrafo, mirando al Pepe que mira a los curiosos, que no los ve: el Pepe con los ojos ciegos de lágrimas ante la foto del camión donde muere su padre, aplastado por un choque espectacular que conmueve al barrio de La Teja, en Montevideo, al mediodía del 18 de Septiembre de 1935.
El Libro de los Abrazos